Los códigos de conducta de las empresas violan los principios del sentido común
Lucy Kellaway
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Lucy Kellaway
Al igual que la mayoría de los seres humanos, no me atrae la letra chica. He violado el código de conducta de mi empleador. Lo he hecho no sólo de una sino de cuatro formas diferentes, una de las cuales involucró mentir descaradamente. Lo lógico sería quedarme callada, pero elegí exponerme, en parte porque creo que estoy en buena compañía, pero también porque el mal no lo hice yo sino los códigos mismos, porque violan los principios del sentido común, la motivación humana y la escritura concisa.
Los códigos de conducta atemorizan a muchos. Charlotte Hogg, quien ayudó a escribir el código del Banco de Inglaterra, y también es asesora de mi organización filantrópica, se enredó en este documento y este mes tuvo que renunciar como gobernadora adjunta. Viendo lo que le había sucedido, decidí hacer algo que nunca había hecho antes: sentarme a leer mi propio código.
Lo primero que exige el código corporativo del Financial Times es que los empleados “se comporten de una forma profesional, honrada y ética”, lo que está bien aunque es un poco general. Pero cuando llegué a la segunda viñeta enfrenté mi primer fallo. “Familiarícese con la información que contiene este código”, ordena. En mi defensa, he tratado de leerlo varias veces durante los últimos años, pero leo muy despacio y nueve páginas de texto aburrido es demasiado.
Esto no quiere decir que yo sea una excepción. Quiere decir que soy como la mayoría de los seres humanos, que no tenemos ninguna afinidad por la letra chica en las pólizas de salud y seguridad.
Durante la semana pasada les pregunté a todos los empleados que encontré si han leído el código de conducta de sus empleadores. La mayoría dijo que no o me miraron avergonzados y dijeron que le habían dado una ojeada. Algunos aseguraron que habían leído los suyos, pero cuando les pregunté qué contenían, lo mejor que podían decir era: “Bueno, tú sabes, lo de siempre”. Eso quiere decir que cada año millones de esclavos asalariados —incluida yo— cometen otra violación y marcan una caja asegurando haber leído, haber comprendido y haberse comprometido con el código, cuando no han hecho nada por el estilo.
La próxima violación tiene que ver con mi obligación de denunciar a cualquier colega que no esté siguiendo el código. Sé con certeza que cierto colega del FT tampoco lo ha leído como es debido. En ese caso soy culpable de no denunciarlo.
Pero denunciar a alguien por algo tan insignificante interferiría con mi principio ético de no delatar a un amigo, especialmente a un periodista bueno y respetable. ¿Entonces, qué debo hacer? Con respecto a éste y casi todos los dilemas de la vida real, un código de conducta no ofrece solución.
En cuanto al resto del código, es perfectamente razonable, en general. Ay, pero me temo que la condición de mi escritorio tal vez no cumpla 100% con las regulaciones de incendio; y veo que tengo la obligación de “leer, entender y cumplir nuestra Política de Tesorería, Política de Viajes y Gastos, y Política de Retención y Destrucción de Datos”, lo cual agota totalmente el ánimo.
No obstante, en comparación con la mayoría de los otros códigos, el del FT es una obra de brevedad y precisión. En mi alma mater, JPMorgan, el código es de 50 páginas, comenzando con una foto de Jamie Dimon, sonriendo de forma angelical. Hay muchas fotos de mujeres y gente de raza negra felices, al igual que una imagen de empleados echándose cubos de agua unos a otros. Cómo se relaciona esta última actividad con el mandamiento que señala que todos los empleados de JPMorgan deben tratarse unos a otros con dignidad, no lo dice. El informe es una interminable mezcolanza de cosas importantes y triviales, de regulaciones estrictas sobre el lavado de dinero y palabrería imprecisa sobre cómo ser un buen ciudadano global. Lo cual no tiene sentido en un código de conducta. ¿Qué quiere decir? ¿Y qué le importa al banco?
Yo preferiría que un código no incluyera fotos, valores ni la carta empalagosa del jefe ejecutivo, pero que sí tuviera una lista sencilla de mandamientos. Un comienzo razonable sería: No hacer nada ilegal. No hacer nada que falle la prueba de la revista Private Eye: ¿Te avergonzaría si se publicara en una revista satírica? No hacer nada que te daría vergüenza contar a tus colegas.
El problema con esto es que no incluye el objetivo real de un código de conducta: en parte un ejercicio de relaciones públicas, en parte un pretexto para despedir a cualquiera que un administrador haya decidido que lo ha violado. A veces, como ha descubierto el Banco de Inglaterra, la trampa atrapa a la persona equivocada.